Muy
queridos Hermanos:
Los
saludo a todos, con profundo amor en Jesucristo, con inmensa confianza en cada
uno de Ustedes y de todos los eudistas, los asociados y amigos de nuestra
Familia Eudista; tengan la certeza de que pondré, en esta obediencia, todo mi
corazón, voluntad, inteligencia y espíritu de servicio.
Mi
primera palabra es para recordar al P. Michel Gérard, buen hombre, una gran
persona, un ser humano maravilloso. Dios lo ha llamado a estar en su Reino pero
sigue aquí con nosotros dándonos valor, infundiéndonos coraje, animándonos a
buscar nuevos caminos. Los invito a que tengamos siempre para con el P. Michel,
una palabra de gratitud.
Espero
que, con esta elección de Superior General que Ustedes han hecho, no me vaya a
suceder lo que le escribió el P. Rafael García Herreros al P. Arturo Echeverri,
cuando éste fue nombrado asistente general residente en Roma, en octubre de
1966, decía: “No sabes cuánto he sentido
tu nombramiento… Se me cayeron las alas, se me destruyó la ilusión. Ahora
estarás tú, en Via dei Querceti, subiendo las escaleras de mármol en la
terraza, mirando los inmuebles posiblemente a lo lejos, mirando el Coliseo, de
vez en cuando yendo a la Curia, es decir, hecho un estúpido. Cuando aquí tenías
todo un inmenso campo para crear, para expresarte, para realizar la vida.
Caíste en el señuelo palaciego, es increíble”. Confío que el P. Rafael
García Herreros no se enojará conmigo y, desde el cielo, donde tengo la certeza
se encuentra, me acompañe, me conceda su fortaleza e interceda por mi ante el
Señor.
Debo
confesar ante el Señor y todos Ustedes, mi pecado e indignidad para asumir una
responsabilidad que exige tal santidad. He leído con atención el numeral 128 de
las Constituciones que habla de las cualidades del Superior General; debo
decirles, con toda sinceridad, que fuera de ser presbítero y tener más de 5
años de ordenado (por cierto, este año cumplo 25 años de sacerdocio), poseo, de
forma mínima, las demás cualidades que allí se enuncian; suplico, entonces, el
perdón por mi vida, por mis infidelidades, por mis desamores. Me confío a la
bondad de Ustedes, mis hermanos, a su misericordia, a su comprensión y a sus
oraciones para que el Padre de las Misericordias se digne tener compasión de
este pecador.
A
todos les expreso mis sinceros agradecimientos por pensar que puedo asumir esta
obediencia, a la cual respondo con el temor natural que implica semejante
responsabilidad pero con la confianza puesta en Jesús a quien todo le debemos y
con la seguridad de que nuestro Padre y Fundador, San Juan Eudes, tendrá a bien
sostenerme, regalarme la porción de su espíritu que me corresponde su sucesor y
la fortaleza para entregar mi vida para la gloria de Dios y el bien de la
Iglesia.
Por
supuesto, agradezco a Dios, al Dios de la Vida, por manifestarme su Divina
Voluntad la cual acepto de corazón pues he aprendido a vivir en confianza y soy
testigo de su presencia permanente en todos los detalles de mi vida.
Cuando
estudiaba ingeniería y matemáticas conocí El Minuto de Dios; corría el año 1973
y tenía 18 años. Todas las semanas tomaba un bus para ir 2 o 3 veces por semana
al barrio Minuto de Dios; siempre que caminaba de mi casa hasta la estación del
bus, cantaba la misma canción: “sin
santidad nadie verá al Señor, pero yo se que lo veré y con su Espíritu me
santificaré.” Sin falta, repetía y repetía la misma canción; sentía una
emoción grande pues para mi, ir al Minuto de Dios era, y lo es también hoy en
día, llegar a un lugar santo, escogido por Dios; mi corazón latía de emoción y
le prometí al Señor ser santo.
Con
el tiempo, mi desarrollo personal y las circunstancias de la vida, entendí que
la santidad es cosa seria, es una gracia, y no es tan evidente lograrla; sin
embargo, seguí luchando, conocí personas maravillosas que guiaron mi camino,
que me dieron ejemplo de vida, en particular los eudistas Rafael García
Herreros y Diego Jaramillo – por cierto, el decano de esta Asamblea - y que, en
medio de mis debilidades y pecados, siempre, como buenos padres, me animaron a
continuar con mi entrega a Jesús como mi Señor y Salvador.
Por
supuesto, la realidad más fuerte que he experimentado en mi vida es la
presencia del Espíritu Santo; sin duda alguna, hoy puedo decir que todo se lo
debo a El, que siento su presencia y que quiero siempre ser poseído por El. He
aprendido a amar a Jesús, a doblegar mi vida y mis aspiraciones a su amor
infinito, he buscado su voluntad y a desapegarme con libertad; he sentido que
mi vida, que ha sido feliz en medio de las luchas y tropiezos, ha sido un
permanente desarraigarme de todo y de todos, dejar la zona de confort y remar
mar adentro confiado en la Providencia Divina.
Por
qué le cuento ésto? Porque creo que como mi historia, así es la de cada uno de
Ustedes; cada eudista tiene su propia historia, cada uno tiene su propio
camino. Y, si nos ponemos a pensar, siempre ha sido Dios quien nos elige, nos
busca, nos quiere para si, nos necesita para hacer su Obra, la suya, la de El,
no la nuestra, la obra de la Congregación. En cada uno de Ustedes existe una
historia semejante; tengo certeza que cada una de sus historias de vida, es más
desafiante, más bella, más conmovedora que la mía. Eso somos los eudistas:
historias de vida bendecidas por Dios y eso es lo que decidimos poner en común:
las bendiciones de Dios en cada vida eudista.
En
las Obras Completas encontramos estas palabras de San Juan Eudes conocidas de
todos:
"Recordad que Dios
estableció la Congregación en su Iglesia y que por su gracia os llamó a ella,
para los tres fines siguientes:
1. Para daros los medios de alcanzar la
perfección y la santidad que requiere el estado eclesiástico.
2. Para trabajar en la
salvación de los hombres mediante las misiones y demás funciones sacerdotales.
Esta fue la obra de los apóstoles y de Nuestro Señor. Es tan grande y divina
que pudiera parecer la más importante: divinorum
divinissimum.
3. Sin embargo hay una
que las supera a todas y es trabajar por la salvación y la santificación de los
eclesiásticos. Porque significa salvar a los que salvan, dirigir a los que
dirigen, enseñar a los que enseñan, apacentar a los que apacientan, iluminar a
los que son la luz del mundo, santificar a los que son la santificación de la
Iglesia... Este
es el tercer fin que Dios se propuso al establecer en la Iglesia nuestra
pequeña Congregación y para el cual nos ha llamado por una misericordia
inescrutable, a nosotros, que estamos infinitamente lejos de merecerlo". (O.C.
X, p. 417)
Tengo
la certeza de todos hemos leído muchas veces estás palabras que sirven de
introducción al capítulo II de nuestras Constituciones. Son claras, diáfanas y
contundentes. Todos solemos insistir que nuestra Congregación tiene 2 tareas
fundamentales: “colaborar en la obra de
la evangelización y en la formación de buenos obreros del evangelio” (Const
10). De ellas hablamos, sobre ellas pensamos y planteamos diversas acciones.
Sin
embargo, para San Juan Eudes, la Congregación tiene 3 fines y el primero de
ellos expresa que la Congregación debe darle a cada eudista “los medios para alcanzar la perfección y la
santidad que requiere el estado eclesiástico”. Les ruego me disculpen que
repita: la Congregación tiene el deber fundamental de ayudarle, a cada eudista,
a alcanzar la perfección y la santidad.
Permítanme
que les comparte algo que he venido pensando en estos días: El verdadero
desafío que tenemos los eudistas, de todas las Provincias, en todo el mundo, es
hacer de nuestra Congregación una verdadera “Escuela de Santidad”. Desde allí
surgirán los “caminos nuevos” la verdadera innovación que estamos buscando! Por
cierto que Steve Jobs, que acaba de morir, definió la palabra “innovación” como
“el arte de darle a las personas lo que quieren antes de que ellas sepan lo que
quieren”. Podríamos aplicar esta definición para nuestra misión: Entregar a
Jesús antes de que la gente sepa que lo que quiere es a Jesús!
Estamos
viviendo los días de Navidad en los que recordamos a la Sagrada Familia de
Nazareth, Jesús María y José. Juan Eudes buscó que cada casa de la
Congregación, cada comunidad local, fuera una imagen viva de la Sagrada
Familia; buscó que todas las virtudes que reinan en la Sagrada Familia en grado
supremo, sean practicada en cada Comunidad; así que cada casa “sea una escuela
de virtudes y de santidad para todos los que a ella llegaran y que cada
eclesiástico de la Congregación sea verdaderamente sal de la tierra, la luz del
mundo, el buen olor de Jesucristo en todo lugar, un ángel visible y un vaso de
honor y de santificación, útil al Señor y preparado en toda clase de buenas
obras.”
Estas
palabras nos llevan a pensar en la imposibilidad de realizar los ejercicios de
las misiones o los ejercicios de los seminarios con éxito, si no trabajamos
decididamente en la búsqueda de la santidad de cada eudista mediante el
desarrollo de las virtudes cristianas.
Juan
Eudes bien pronto entendió lo que significa ser santo y buscó la santidad con
todo su corazón. Fue un hombre sincero, auténtico, audaz, con espíritu heroico.
Cuando publicó Vida y Reino de Jesús en las almas cristianas, tenía claros los
conceptos y, al proponer a los fieles una ruta para implantar a Cristo en el
corazón de cada persona, es seguro que él mismo lo practicaba y lo siguió
practicando a lo largo de toda su vida. Lo fundamental del pensamiento de Juan
Eudes se encuentra en Vida y Reino; tenía 36 años. Cuando funda la
Congregación, a los 41 años, es decir, 5 años después de haber escrito Vida y
Reino, es de esperarse que no tuviera aún grandes innovaciones que introducir.
Por
todos es conocido que Juan Eudes espera varios años para dotar a la Congregación
de una legislación escrita. Sin embargo, hacia 1648, redacta el opúsculo
conocido por nosotros como las Reglas Latinas: La Regla del Señor Jesús y la
Regla de la Santísima Virgen María. Es importante notar que dichas Reglas,
compuestas por textos de la Escritura tejidos para argumentar unas ideas, en el
fondo, se corresponden con su pensamiento de Vida y Reino.
En
Vida y Reino, Juan Eudes se pregunta cómo hacer vivir y reinar a Jesús en
nosotros? Para ello, plantea 4 fundamentos de la vida cristiana: La fe, el odio
al pecado, el desprendimiento del mundo y la oración. Dice que unas vez
establecidos dichos fundamentos en la vida del cristiano, éste debe trabajar en
el tema de las virtudes cristianas. Es decir, que la implantación de Jesucristo
en el corazón del creyente exige la fundamentación de su vida y el ejercicio de las virtudes.
Para
los eclesiásticos que llegan a la Congregación, sigue el mismo camino: Primero,
propone 4 fundamentos de la Congregación: la Gracia divina, la Cruz del Señor,
la Voluntad divina y, una especial devoción hacia Jesús y María. Y, acto
seguido, en la Regla del Señor Jesús, nos recuerda que estamos obligados a
renunciar a Satanás, a sus obras y seducciones; y, a adherirnos Cristo, a revestirnos de su imagen, a permanecer
en El, a vivir por Cristo, con El y en
El y, a dejarnos conducir por el Espíritu de Cristo. La Regla de la Virgen Maria, tiene por objeto
que todos los hijos de esta Congregación seamos iniciados en las virtudes
cristianas y sacerdotales, asunto que tiene plena vigencia hoy en día.
La
lógica es semejante: Fundamentos de la vida cristiana, Fundamentos de la vida
sacerdotal; renunciar al mal en todas sus formas y adherirse al único bien:
Jesucristo con el fin de recibir el don del Espíritu Santo. Es una lógica
simple, sencilla, contundente y, de pasó, es necesario expresar que muy de
actualidad pues es la misma lógica que han propuesto los Obispos de América
Latina, reunidos en Aparecida (Brasil), en mayo de 2007, en el capítulo IV, en
el que explican la vocación de los discípulos misioneros a la santidad.
Leyendo
las Reglas Latinas y el Directorio Espiritual me parece encontrar un tema muy
relevante en San Juan Eudes que, quizá, nosotros hemos descuidado y que podría
ser clave para el futuro de la Congregación en este siglo XXI. En mi opinión,
no debemos esperar fórmulas nuevas; lo verdaderamente innovador, los “caminos
nuevos”, están en la mente y el corazón de cada eudista; tenemos el desafío de
repensar y recrear la Congregación para el siglo XXI. Ello implica ver con gran
cuidado lo que está sucediendo a nuestro alrededor y volver a vivir el espíritu
de Juan Eudes con el mismo ardor, la misma pasión y audacia semejantes a como
él vivió en el siglo XVII.
Si
somos sinceros y humildes, sin duda alguna, el mayor desafío que tenemos es
hacer de la Congregación una Escuela de Santidad, a través de la práctica de
las virtudes. Si logramos este objetivo, tengo certeza que todo lo demás
llegará: llegarán nuevos candidatos a la probación; vendrán nuevas obras que
nos permitan cumplir la misión; surgirán nuevos eudistas que quieran gastar su
vida por el Reino; resolveremos los asuntos económicos; … Y, para mi, la clave está en volver a darle valor a las virtudes
cristianas y sacerdotales; en recuperar para cada uno de nosotros y para toda
la Congregación el sentido de las virtudes. Seguro, así, plantearemos proyectos
que nos dignifiquen y nos trasciendan.
San
Juan Eudes buscó que sus hijos tuvieran una vida semejante a la de Jesús y
María la cual describió como una vida crucificada, despojada de todas las cosas
terrenas hasta mortificar nuestros sentidos y pasiones; una vida interior y
santa, unida a Dios por el ejercicio continuo de adoración, alabanza y amor
elevando con frecuencia nuestros corazones al Señor; una vida laboriosa, de
trabajo huyendo de la ociosidad y ocupándose siempre en algún ejercicio que sea
útil para nosotros y para el prójimo; una vida común, ejemplar y edificante por
la práctica de la modestia, la humildad; una vida sujeta y reglada porque Jesús
estuvo sujeto a María y María a José, así nosotros debemos estar sujetos unos a
otros.
San
Juan Eudes describió con todo detalle el espíritu de esta Congregación y dijo
que aquel que no tuviera dicho espíritu o al menos no lo deseara, no debía ser
considerado entre el número de sus verdaderos hijos. Que debíamos renunciar
totalmente al espíritu de este mundo y darnos por completo al Espíritu de
Jesús. Juan Eudes quiso que cada uno de sus hijos alcance la santidad y que la
Congregación sea una Escuela de Santidad.
Para
ello, debemos desarrollar, en particular, las siguientes virtudes cristianas: Virtud
de Religión, la Caridad, la gratitud, el celo por la salvación de las almas, la
humildad, la obediencia, el amor a la pobreza, la castidad, la sobriedad y
mortificación, la modestia, la simplicidad, la verdad y fidelidad, el Silencio
… Y, si hubiera tenido más tiempo, nos hubiera exigido aún más, ampliando la
lista de virtudes!
Pero,
qué hay de fondo al proponer el camino de las virtudes? Nuestro Padre Eudes
buscó, sin lugar a dudas que, a través de ejercicios concretos, sus hijos
fuéramos verdaderamente virtuosos. Como dice San Pablo: “ Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable,
de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso, tenedlo
en cuenta.”(Filipenses 4,8).
Según
el Catecismo de la Iglesia Católica, “la
virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la
persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma … la
persona virtuosa tiene hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones
concretas” (1803). Tengo la plena certeza de que esta es una reunión de
virtuosos; por ello mismo, mi propuesta fundamental se orienta a buscar para
cada uno y para todos el camino de la virtud, a dar lo mejor de nosotros mismos
y a buscar el bien como nuestro único tesoro!
Creo
que nuestros desafíos no están orientados exclusivamente a vencer los problemas
que tenemos: descenso numérico, edad promedio en aumento, comunidades débiles,
finanzas en crisis, asilamiento de muchos, salida de otros, … todo ello será
superado en la medida que recuperemos para nosotros mismos y para la Iglesia, a
la Congregación de Jesús y María como una Escuela de Santidad donde cada
eudistas sea un verdadero Maestro Espiritual. El mundo moderno tiene sed de
Maestros Espirituales verdaderos, es
capaz de reconocerlos y de ir hasta donde ellos se encuentran
Les
estoy proponiendo que retomemos, decididamente, el camino de las virtudes pues
la santidad atrae, contagia, hace feliz; lo demás se nos dará por añadidura. Se
trata sencillamente de pensar que podemos ser mejores, que podemos dar lo mejor
de nosotros mismos, que podemos restaurar la Congregación partiendo del
perfeccionamiento de cada eudista y, esto se logra por el desarrollo de las
virtudes que nos propuso Juan Eudes que son un regalo de Espíritu Santo.
Por
supuesto, no es esfuerzo meramente humano, es entregarnos totalmente a Jesús
levantando nuestro corazón hacia él diciéndole:
“ Oh Jesús, renuncio resueltamente a mí
mismo, a mi propio espíritu, a mi propia voluntad y a mi amor propio; y me
entrego por entero a ti, a tu Santo Espíritu y a tu divino amor; sácame fuera
de mí mismo y guíame según tu santa voluntad”.
(OE,
pag 150)
Se
trata de darnos por entero y dejarnos llenar de Espíritu Santo y suplicar con
las palabras de Juan Eudes en Vida y Reino: “Bautízame Señor, con ese bautismo de Espíritu Santo y fuego de que
habló tu Precursor, es decir, destruye en mi el pecado y abrázame en las llamas
de tu amor”.
Si
luchamos por buscar la santidad, siguiendo el camino de las virtudes, no como
una propuesta retórica sino como una opción de vida, haremos de la Congregación
una Escuela de Santidad que cumpla a cabalidad su misión dentro de la Iglesia y
para el mundo contemporáneo. Vendrán muchos jóvenes amantes de Jesucristo en
cuyos corazones resplandecerá el fuego del Espíritu; tendremos una Congregación
misionera, ardorosa, capaz de asumir los retos de la nueva evangelización, con
discípulos misioneros que proclamen la buena nueva de Jesucristo; seremos
audaces e innovadores para abrir nuevos caminos para formar sacerdotes y
pastores según el Corazón de Jesús; trabajaremos hombro a hombro con laicos y
asociados que quieren formar parte de esta Escuela de Santidad; la Providencia
Divina nos enviará recursos para financiar nuestras obras porque son las Obras
de Dios; en fin, los invito a ejercer el derecho a la santidad como el derecho
fundamental de esta Congregación, como el Don que Dios quiere regalarnos al
término de esta Asamblea.
El
Papa Benedicto XVI nos ha convocado, en su Carta Apostólica “Porta Fide” al Año de la fe, una de las tres virtudes
teologales. Comenzará el 11 de octubre de 2012, en el
quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará
en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013.
Les propongo a todos que vivamos con intensidad este Año de la fe porque creer,
crea realidades.
De otro lado, debemos recordar que, en el año 2043, nuestra
Congregación celebrará 400 años de fundada y, en el 2018 celebraremos los 375
años de vida de la CJM! Estamos a 30 años de los 400 años de vida! Tenemos
apenas el tiempo para renovar el espíritu de nuestra amada Congregación para
que ella siga siendo “lámpara que arde y que brilla; que arde de amor a Dios y
que brilla ante la humanidad por sus buenas obras”.
He propuesto que realicemos, en el año 2013, un Congreso
Internacional Eudista que nos permita dialogar y reflexionar sobre nuestro ser
y quehacer; y, al concluir dicho Congreso, si fuere posible y el Consejo
general lo tiene a bien, propongo que se
reúna de inmediato una Asamblea General extraordinaria que estructure para la
Congregación el plan de navegación para los próximos 30 años, que nos permita
crear nueva realidades y abrir con audacia nuevos caminos de santidad, misión,
formación y misericordia para la Iglesia y para el mundo futuro.
Para
concluir, entreguémonos por entero a la Madre de Dios, a la Santísima Virgen
María, la llena de gracia porque en Ella resplandecen las virtudes; que Ella
nos sirva a todos de ejemplo con el sí rotundo y definitivo que proclamó su
alma; así se inscribió en la única Escuela de Santidad que existe, aquella que
tiene por maestro interior al Santo Espíritu que nos hace virtuosos.
Juan
Eudes, inspirándose en las 10 salutaciones de Santa Matilde para honrar el
Corazón de María, compuso el Ave Cor Sanctissimum el cual contiene todas las
virtudes que Juan Eudes propuso a los hijos de esta Congregación.
“Te saludamos,
Corazón santo, … Corazón manso, Corazón humilde, Corazón puro, Corazón
ferviente, Corazón sabio, Corazón paciente, Corazón obediente, Corazón
solícito, Corazón fiel, Corazón fuente de toda felicidad, Corazón
misericordioso, Corazón lleno de amor, de Jesús y de María.”
Juan Eudes califica con 13 virtudes al Corazón Santo
de Jesús y de María; exactamente las mismas que él buscó para los hijos de esta
Congregación; en realidad podemos decir que el corazón de cada eudista es
santo, cuando logra impregnarse de mansedumbre, humildad, pureza, fervor,
sabiduría, paciencia, obediencia, solicitud, fidelidad, felicidad,
misericordia, en síntesis, cuando logramos un corazón que ame como ama el
Corazón de Jesús y María. Será este camino una utopía? Creo que no lo es.
Lancémonos con confianza a transitarlo, llenémonos de confianza y de esperanza.
Si fuera únicamente por nuestro esfuerzo humano, creo
que estaríamos perdidos. En el Ave Cor, Juan Eudes nos propone el resto del
camino:
“Te adoramos,
te alabamos, te glorificamos, te damos gracias.
“Te amamos con
todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas.
“Te ofrecemos
nuestro corazón, te lo entregamos, te lo consagramos, te lo inmolamos.
“Acéptalo y
poséelo plenamente, purifícalo, ilumínalo y santifícalo,
para que en él
vivas y reines, ahora y por siempre y por los siglos eternos. Amén.”
Así que la ruta es; adorar, amar, entregar, inmolar y,
así seremos aceptados, purificados e iluminados; entonces Jesús vivirá y
reinará en el corazón de cada eudista.
Como lo expresé al inicio, no estoy planteando nada
innovador; sencillamente, volver a lo
esencial, a lo definitivo. Si somos fieles en la ruta propuesta por Juan Eudes,
recibiremos total bendición de nuestros Fundadores, Superiores y Padres esta
Congregación, el Señor Jesús y su Madre María.
Que
el Corazón de Jesús y de María nos enseñe a proclamar, para nosotros y para el
mundo, el Ave Cor que contiene y recrea
el espíritu virtuoso que Juan Eudes soñó para esta Congregación.
Camilo
Bernal Hadad
Superior
General
Fusagasuga,
6 de enero de 2012